Idioma: ES
Sísifo

¡Abrace el absurdo!

Por: Miguel Ángel Rincón Corredor, profesor del Departamento de Humanidades e Idiomas de la Escuela Colombiana de Ingeniería.

El esfuerzo mismo para llegar a las cimas

basta para llenar un corazón de hombre.

Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

Albert Camus

En la Escuela se llevó a cabo la primera versión del Café Filosófico, un espacio de reflexión y diálogo. Así es que, como su nombre lo indica, compartimos café e ideas. Este Café Filosófico, que estuvo enmarcado en la campaña de Multiplica la Buena Actitud, contó con la participación de tres profesores del Departamento de Humanidades e Idiomas: José Camilo Vásquez Caro, Juan Carlos Lopera Téllez y yo, Miguel Ángel Rincón Corredor, además de un número considerable de asistentes de la comunidad de la Escuela. En esta ocasión, relacionamos el absurdo y la buena actitud; de tal modo, leímos y discutimos el ensayo El mito de Sísifo, del filósofo Albert Camus.

De acuerdo con el mito, Sísifo fue rey de Corinto y realizó varias acciones mediante las cuales desafió a los dioses: reveló un secreto de Zeus; encadenó a Tánatos, la Muerte, por lo que nadie moría; y, como si fuera poco, engañó a Hades para escapar del inframundo. Sísifo era un simple humano que osó ponerse al nivel de los dioses, enfrentarlos y dejarlos en ridículo. Por ello, recibió un castigo ejemplar:

Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. (Camus, 1981, p. 157)

¿Y qué tiene que ver este mito con nosotros? Pues que nos revela el absurdo de nuestra existencia; así como Sísifo, quien Camus (1981) nos dice que es el proletario de los dioses (p. 160), nosotros realizamos acciones cotidianas repetitivas que pueden convertir nuestra vida en una mera rutina. Sin embargo, puede decir usted, quien lee esto, que, a diferencia de Sísifo, su vida tiene un propósito, un sentido, y que la rutina es solo una parte terrenal, temporal o pequeña de una vida más amplia y plena; también es posible que ni siquiera se haya preguntado si su vida cuenta con sentido alguno y que simplemente se haya limitado a actuar según las circunstancias y posibilidades, dentro de ese día a día repetitivo que en conjunto podría llamar vida. Si su caso es el primero, déjeme informarle que, según Camus, ha caído en el absurdo; si es el segundo, espero suscitar cuestionamientos sobre la causa, el sentido o la finalidad de su vida, los cuales también lo llevarán, como en el primer caso, al absurdo.

Lo absurdo no es lo ridículo. Camus postula que: “Lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo”. (p. 44). Nosotros, seres humanos mortales, emprendemos esfuerzos para buscar causas y consecuencias absolutas, universales y eternas para nuestra efímera, temporaria e insignificante vida. La filosofía del absurdo o absurdismo sostiene que todo esfuerzo de este tipo ha de fracasar, pues no existe significado absoluto para una existencia nimia; y en caso de existir, nos es indefectiblemente inaccesible. Absurdo es aspirar a que haya una finalidad absoluta, un sentido incondicionado, una misión trascendental o una suerte de recompensa eterna por seguir obedientemente la rutina de: madrugar cada mañana, desayunar de afán, tomar un bus repleto durante una hora, asistir a clases o a trabajos aburridos a lo largo de gran parte del día, y abordar el bus colmado de gente por una hora de vuelta a casa; allí, realizar tareas o adelantar pendientes, alistar lo del siguiente día y dormir; luego despertarse y realizar la misma secuencia de acciones, de nuevo, en un bucle tan extenso como la vida misma.

Bien, nuestra vida humana, en términos de la infinitud universal, de la eternidad del tiempo y de la vastedad cósmica, es insignificante. ¿No hay esperanza acaso de ser acogidos por una existencia universal? Si nuestra existencia no tiene un significado predefinido, ¿qué nos queda? El absurdismo nos invita a abandonar toda esperanza al respecto y a aceptar la ausencia de sentido: “Ahora bien, si lo absurdo aniquila todas mis probabilidades de libertad eterna, me devuelve y exalta, por el contrario, mi libertad de acción. Esta privación de esperanza y de porvenir significa un acrecentamiento en la disponibilidad del hombre”. (Camus, 1981, pp. 77-78).

Así es que, si nuestra existencia no tiene un sentido ni un significado predefinidos, tenemos toda la posibilidad de crear unos propios; de decidir cómo podemos actuar en nuestra exigua presencia terrenal. Al contrario de lo que podría considerarse en primera instancia, este reconocimiento del absurdo nos empodera, nos libera dentro de nuestra contingencia y nos brinda la posibilidad de crear.

Hay que resaltar que Sísifo es un héroe trágico. Un héroe trágico no es quien cuenta con una historia triste y resulta venciendo a sus enemigos: el héroe trágico es aquel protagonista de una historia que en un momento se hace consciente de la verdad de su situación y de sus actos; así es que Sísifo, al reconocer su castigo y afrontarlo, lo es. Su rutina consiste en cargar su pesada y enorme roca, y sabe que deberá seguirlo haciendo por la eternidad, pues es consciente de que no puede escapar a su destino; ha perdido, pues, toda esperanza. Además, una vez más se rebela contra los dioses, pero esta vez de una forma que le pertenece sólo a él y de la que no se le puede privar: no pide perdón ni ruega; en cambio, disfruta su castigo y halla la alegría en medio de su situación. En un momento Sísifo cobró conciencia y eso lo transformó en héroe; sus circunstancias no cambiaron, lo hizo él.

De tal manera, usted que me lee también puede ser un héroe trágico. Con ello no lo estoy invitando, por supuesto, a padecer grandes tristezas, ni quiero decir que busque el sufrimiento para ser feliz o que acepte de manera pasiva todo aquello que se le presente; simplemente lo convido a reconocer la vacuidad de su existencia, a aceptar su condición efímera y a crearle un significado que le dé sentido.

Un asistente al Café Filosófico cuestionó tal toma de conciencia, pues quien no reconoce esta pobre condición humana se encuentra más tranquilo, ¡tiene razón! Quien no se hace consciente no afronta el absurdo, vive en una miseria engañosa y puede que incluso se sienta feliz: podemos no querer crecer y sentir la seguridad del niño que cree lo que le dicen y no toma las riendas de su existencia; podemos ignorar las contingencias de la vida y creernos libres y especiales; o podemos, en cambio, reconocer nuestra insignificancia, aceptando aquello que no podemos cambiar, pero cambiando nosotros, haciendo las cosas con otra actitud y apropiándonos de una libertad que sí estamos en capacidad de manejar de acuerdo a nuestra voluntad y sobre nosotros mismos.

Piense qué cosas de su rutina quiere cambiar y cuáles debe seguir haciendo, reemplace las primeras por unas que le produzcan más satisfacción y afronte las segundas con la mejor actitud para que, por lo menos, le brinden los resultados esperados; hágase señor de lo que le fue impuesto. Acepte el absurdo, abrácelo, hágalo suyo; con su actitud, transforme cómo vive su destino. Sísifo hizo esto y en ello no hay lamentaciones; por el contrario, Camus (1981) nos dice que, mientras Sísifo está al pie de la montaña dispuesto a cargar una vez más su roca, debemos imaginárnoslo dichoso (p. 162).

Referencias

Camus, A. (1981). El mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial.