Un alma “azul"
Ortega, un municipio colombiano ubicado en el corazón del departamento del Tolima, se encuentra a dos horas de Ibagué, la "Capital Musical de Colombia", y a tan solo 45 minutos de Espinal. En este rincón del país nació Alfonso Rada Tapiero, un hombre cuyo rostro moreno refleja la calidez de su tierra, acompañado de una sonrisa siempre amable y un comentario oportuno que trae consigo el encanto de su región. Alfonso es un hombre que no titubea al declarar que su corazón está dividido entre dos grandes amores: Esperanza, su esposa, y Millonarios, su equipo de fútbol del alma.
En el pasado, sus días libres se repartían entre su hogar y el estadio. Aunque ya no asiste con frecuencia a los partidos, su pasión por "Millos" sigue latiendo con fuerza. "Esperanza es lo más bonito que me ha pasado; una mujer excepcional, amorosa, aunque terca", comenta con ternura. "Y Millos… Millos es otra cosa. Es mi equipo, mi alegría".
Alfonso es un hombre sencillo, dedicado a su labor en la Escuela y profundamente comprometido con su comunidad. Desde hace más de 15 años, tiene un ritual casi sagrado: almorzar con su grupo de amigos, al que llama con humor "el cartel de la coca". Este grupo lo integran Jorge Cañas, Miguel Gustavo Bonilla Sepúlveda y Francisco Antonio Díaz Rodríguez. Cuando se le pregunta sobre los temas de conversación durante esos almuerzos, responde con picardía: "Hablamos de fútbol, mujeres y anécdotas. A nuestra edad, hay muchas historias que contar".
Jorge Heliodo Cañas Sepúlveda, coordinador editorial de la Escuela y uno de sus más cercanos amigos, lo describe con admiración: "Alfonso es, ante todo, un gran ser humano. Siempre tiene una historia, un comentario o una sonrisa que hace nuestros días más brillantes. Ama profundamente a Ortega, y espero que regrese pronto allí para descansar y materializar los proyectos que siempre ha tenido en mente".
Para Alfonso, Ortega es sinónimo de descanso, rumba y familia. Sin embargo, parte de su familia se queda en la Escuela, donde, con el tiempo, se convirtió en una figura paterna para los estudiantes que acudían a él en busca de consejo o apoyo. También fue un mentor académico: aunque no era profesor titular, dedicaba tiempo a explicar y practicar con aquellos que encontraban más difícil el aprendizaje. Ese espacio que él llamaba "mi Laboratorio de Eléctrica" fue su lugar predilecto en la institución, y allí enseñaba sin esperar nada a cambio, brindando lo mejor de sí mismo.
Paula Veloza, estudiante de décimo semestre del Programa de Ingeniería Eléctrica, lo recuerda con gratitud: "Para mí, de verdad, fue como un papá". Haider Lozano, su sobrino y también estudiante de décimo semestre, coincide: "Es un ejemplo a seguir en nuestra familia. Lo quiero mucho".
Aunque su formación técnica fue en el campo industrial, Alfonso asegura con humor que obtuvo su propia "maestría y doctorado" gracias a los años que pasó aprendiendo de ingenieros y enseñando a estudiantes. "Había temas que escuchaba 10 o más veces por semana, así que aprendía o aprendía", comenta. Su rol como responsable del Laboratorio de Eléctrica implicaba, además, garantizar la seguridad de los jóvenes y cuidar los equipos, lo que fortaleció aún más su relación con la comunidad académica.
Su legado en la Escuela no se mide únicamente por los años dedicados, sino por el impacto humano que dejó en cada persona que tuvo la fortuna de conocerlo. A pesar de no tener el poder de otorgar calificaciones, su experiencia y orientación marcaron la vida de muchos.
Alfonso se despide con un mensaje lleno de gratitud: "Me voy enamorado de lo que representa la Escuela para el país. Agradezco lo que me dio, lo que me permitió aprender. Agradezco las amistades, los buenos momentos y hasta los pocos malos, porque todos ellos me enseñaron el valor del amor, la solidaridad y la responsabilidad. Estoy tranquilo porque le dediqué mi vida a un trabajo que amé. Fue mi primer y único trabajo, así que todo fue bueno para ambos: para mí y para la institución".
Su historia tiene un detalle curioso que resume su cercanía con la institución: fue el único trabajador al que se le permitió un año para entregar los documentos que oficializaban su nombramiento. El doctor Gonzalo Jiménez, cofundador de la universidad, confió en él desde el primer día, cuando Alfonso ingresó a colaborar en el mantenimiento y elaboración de equipos de ingeniería civil como ayudante de la Oficina de Planta Física.
Hoy, Alfonso Rada Tapiero deja la Escuela con la satisfacción del deber cumplido y con un legado que, sin duda, perdurará en el corazón de quienes lo conocieron.