Idioma: ES
Alfonso Rada Tapiero

Alfonso Rada Tapiero: el alma detrás del Laboratorio de Eléctrica

Alfonso Rada Tapiero, laboratorista de la Escuela Colombiana de Ingeniería, culminó una trayectoria de más de 40 años de servicio ininterrumpido, marcando el fin de una era de dedicación y compromiso con la institución. Su historia, construida sobre pilares de entrega y pasión por su labor, se convirtió en fuente de inspiración para quienes tuvieron el privilegio de conocerlo.

La mañana del lunes 13 de febrero de 1984 marcó un punto de inflexión inesperado en la vida de Alfonso Rada Tapiero, un joven de 23 años nacido en Ortega, Tolima. Esa fecha quedó grabada en su memoria tras una breve pero decisiva conversación con Gonzalo Jiménez Escobar, Rector de la Escuela Colombiana de Ingeniería. Alfonso, quien aspiraba a realizar su práctica profesional en la institución tras haberse graduado como técnico industrial del Sena, fue sorprendido por una pregunta directa del Rector: “¿Cuándo podría comenzar?”. Sin titubear, respondió con entusiasmo: “¡Ahora mismo, doctor!”

Desde aquel momento, Alfonso se convirtió en parte de la Escuela, y durante más de 40 años consecutivos asistió ininterrumpidamente a su lugar de trabajo, salvo por una única semana en la que una condición médica lo mantuvo hospitalizado.

ALFONSO RADA

El pasado viernes, en un acto cargado de emociones, Alfonso se despidió definitivamente de lo que él mismo describe como su segundo hogar: la Escuela Colombiana de Ingeniería. Llegó hasta la oficina de la Rectora, Myriam Astrid Angarita Gómez, con la misma sonrisa amplia y sincera que lo ha caracterizado siempre. Para él, la Escuela no solo fue un lugar de trabajo, sino también la institución que le ofreció “casa, carro, experiencia, los mejores momentos… ¡y esposa!”. Lo decía con orgullo, y con esa risa natural que parece diseñada para calmar las tormentas o celebrar la vida.

El momento estuvo impregnado de sinceridad, gratitud y buenos deseos. Con su habitual picardía, Alfonso compartió con la Rectora sus planes de jubilación, algunos más reales que otros: “Quiero criar jirafas en Ortega, aunque estoy reconsiderándolo porque la gente se ríe y no cree en mi proyecto. Tal vez instale un galpón”, comentó entre risas. Sin embargo, pronto el tono cambió, sus ojos se llenaron de lágrimas y confesó: “La Escuela ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. Me siento orgulloso de haber trabajado, aprendido, ayudado y construido junto a personas excepcionales.”

Y no se equivocaba. Durante cuatro décadas, Alfonso fue testigo y partícipe del crecimiento y consolidación de la institución como un referente académico de prestigio en el país. Su vida laboral estuvo marcada por el trato amable, el respeto y la confianza con directivos, profesores y estudiantes.

“La Escuela es una empresa excelente. Aquí conocí al jefe ideal: pendiente de mi salario, mi bienestar, mi salud y mi tranquilidad. Estoy profundamente agradecido con la institución y con mis compañeros, que también fueron mi familia. En la Escuela no hay razones para estar triste o amargado.”

Por su parte, la Rectora Angarita Gómez le brindó palabras de ánimo, reflejo de la admiración y el afecto que despertó Alfonso durante su carrera: “Jubilarse es un gran momento en nuestras vidas. Debemos aprender a disfrutarlo, a encontrar placer en el descanso y en los momentos con la familia. Eso es único y debemos aprovecharlo al máximo.”

La trayectoria de Alfonso Rada Tapiero simboliza no solo la dedicación y el compromiso, sino también el impacto que un entorno laboral humano puede tener en la vida de sus colaboradores. Así, con la misma sonrisa que lo acompañó durante más de 40 años, Alfonso dejó una huella imborrable en la historia de la Escuela Colombiana de Ingeniería.

Un alma “azul"

Ortega, un municipio colombiano ubicado en el corazón del departamento del Tolima, se encuentra a dos horas de Ibagué, la "Capital Musical de Colombia", y a tan solo 45 minutos de Espinal. En este rincón del país nació Alfonso Rada Tapiero, un hombre cuyo rostro moreno refleja la calidez de su tierra, acompañado de una sonrisa siempre amable y un comentario oportuno que trae consigo el encanto de su región. Alfonso es un hombre que no titubea al declarar que su corazón está dividido entre dos grandes amores: Esperanza, su esposa, y Millonarios, su equipo de fútbol del alma.

En el pasado, sus días libres se repartían entre su hogar y el estadio. Aunque ya no asiste con frecuencia a los partidos, su pasión por "Millos" sigue latiendo con fuerza. "Esperanza es lo más bonito que me ha pasado; una mujer excepcional, amorosa, aunque terca", comenta con ternura. "Y Millos… Millos es otra cosa. Es mi equipo, mi alegría".

Alfonso es un hombre sencillo, dedicado a su labor en la Escuela y profundamente comprometido con su comunidad. Desde hace más de 15 años, tiene un ritual casi sagrado: almorzar con su grupo de amigos, al que llama con humor "el cartel de la coca". Este grupo lo integran Jorge Cañas, Miguel Gustavo Bonilla Sepúlveda y Francisco Antonio Díaz Rodríguez. Cuando se le pregunta sobre los temas de conversación durante esos almuerzos, responde con picardía: "Hablamos de fútbol, mujeres y anécdotas. A nuestra edad, hay muchas historias que contar".

ALFONSO RADA

Jorge Heliodo Cañas Sepúlveda, coordinador editorial de la Escuela y uno de sus más cercanos amigos, lo describe con admiración: "Alfonso es, ante todo, un gran ser humano. Siempre tiene una historia, un comentario o una sonrisa que hace nuestros días más brillantes. Ama profundamente a Ortega, y espero que regrese pronto allí para descansar y materializar los proyectos que siempre ha tenido en mente".

Para Alfonso, Ortega es sinónimo de descanso, rumba y familia. Sin embargo, parte de su familia se queda en la Escuela, donde, con el tiempo, se convirtió en una figura paterna para los estudiantes que acudían a él en busca de consejo o apoyo. También fue un mentor académico: aunque no era profesor titular, dedicaba tiempo a explicar y practicar con aquellos que encontraban más difícil el aprendizaje. Ese espacio que él llamaba "mi Laboratorio de Eléctrica" fue su lugar predilecto en la institución, y allí enseñaba sin esperar nada a cambio, brindando lo mejor de sí mismo.

Paula Veloza, estudiante de décimo semestre del Programa de Ingeniería Eléctrica, lo recuerda con gratitud: "Para mí, de verdad, fue como un papá". Haider Lozano, su sobrino y también estudiante de décimo semestre, coincide: "Es un ejemplo a seguir en nuestra familia. Lo quiero mucho".

Aunque su formación técnica fue en el campo industrial, Alfonso asegura con humor que obtuvo su propia "maestría y doctorado" gracias a los años que pasó aprendiendo de ingenieros y enseñando a estudiantes. "Había temas que escuchaba 10 o más veces por semana, así que aprendía o aprendía", comenta. Su rol como responsable del Laboratorio de Eléctrica implicaba, además, garantizar la seguridad de los jóvenes y cuidar los equipos, lo que fortaleció aún más su relación con la comunidad académica.

Su legado en la Escuela no se mide únicamente por los años dedicados, sino por el impacto humano que dejó en cada persona que tuvo la fortuna de conocerlo. A pesar de no tener el poder de otorgar calificaciones, su experiencia y orientación marcaron la vida de muchos.

ALFONSO RADA

Alfonso se despide con un mensaje lleno de gratitud: "Me voy enamorado de lo que representa la Escuela para el país. Agradezco lo que me dio, lo que me permitió aprender. Agradezco las amistades, los buenos momentos y hasta los pocos malos, porque todos ellos me enseñaron el valor del amor, la solidaridad y la responsabilidad. Estoy tranquilo porque le dediqué mi vida a un trabajo que amé. Fue mi primer y único trabajo, así que todo fue bueno para ambos: para mí y para la institución".

Su historia tiene un detalle curioso que resume su cercanía con la institución: fue el único trabajador al que se le permitió un año para entregar los documentos que oficializaban su nombramiento. El doctor Gonzalo Jiménez, cofundador de la universidad, confió en él desde el primer día, cuando Alfonso ingresó a colaborar en el mantenimiento y elaboración de equipos de ingeniería civil como ayudante de la Oficina de Planta Física.

Hoy, Alfonso Rada Tapiero deja la Escuela con la satisfacción del deber cumplido y con un legado que, sin duda, perdurará en el corazón de quienes lo conocieron.